Con P de Pamplona
Decía el poeta austríaco Rainer María Rilke que la verdadera patria del ser humano es su infancia. Y tenía toda la razón. Nací en el nº 5 de la calle de la Navarrería, y por ello mis primeros recuerdos son los juegos infantiles en el entorno del Caballo Blanco y en el atrio de la catedral. Además, nací 9 meses después de San Fermín, un 14 de abril (día de la República), y zurdo, y todo esto necesariamente marca. Los PP Jesuitas se ocuparon de “corregir” (entonces se decía así) la zurdez de mi mano, pero con la zurdez de la cabeza, definitivamente, no pudieron hacer nada.
Viví en Santa María la Real durante dos años, y cerca de 30 en Iturrama, aunque en ellos tuve que abrir un paréntesis de residencia en Zarautz, por motivos laborales de mi padre, y en Zaragoza por razones de estudios. De ambos lugares me traje amistades que aún conservo y cuido con esmero, y la firme decisión de no marcharme ya nunca más. Y rubriqué esa determinación con una tesis doctoral que llevé a cabo durante 12 años, que versa sobre arquitectura medieval, y en cuyo transcurso me impuse la obligación de visitar todas las localidades de Navarra, incluídos los señoríos y los pueblos abandonados. Quien me conoce sabe que presumo frecuentemente de ello.
El amor por la historia de mi país, Navarra, me ha llevado a escribir numerosas publicaciones y hasta el guión de un comic sobre ella. También a participar y dirigir varios congresos, especialmente en los años previos al V Centenario de la conquista de Navarra. He participado igualmente en varias plataformas y movimientos sociales, como los que se oponían al pantano de Itoiz o al parking de la plaza del Castillo, y he colaborado en otras iniciativas en las que aprendimos a sufrir... y casi siempre a perder. Desde el año 2009 mantengo una sección en un periódico local, llamada “Adiós Pamplona...”, en la que cada domingo proclamo, por encima de alegrías y sinsabores, mi amor profundo e incondicional por esta ciudad.
Fue precisamente el estudio y el conocimiento de la historia de Navarra lo que me arrastró a la política. Ello, y el hecho de que, quién me lo propuso, supiera tocar mi fibra más sensible: la posibilidad de optar a la alcaldía de mi ciudad. Fue por esto, y solo por esto, por lo que dejé la profesión más bonita que existe, la enseñanza de la historia del arte, actividad en la que he abierto un paréntesis. Entre tanto trabajaré con esfuerzo e ilusión, desde la Casa Consistorial, por mejorar las cosas de Pamplona. Y en una ciudad cuya historia ha estado jalonada por murallas y ensanches, me esforzaré por derribar las más grandes y difíciles murallas, las ideológicas, y por construir un cuarto y definitivo ensanche, el mental.
Eso sí, en este ilusionante y duro trayecto, espero no olvidar nunca que tan solo soy un profesor de ikastola metido a alcalde. Y un alcalde que nunca aspiró a ser otra cosa que profesor de ikastola.